sábado, 1 de octubre de 2011

las playas de la eternidad




Montón de arena                        “Con fe la arena

             el Niño paciente                             eternamente espera

                                 acaricia”                                            al Niño Dios”



En la eternidad hay infinitos universos,   con cantidades ingentes de mundos,   de enormes mares, que bañan a muchísimas playas  con  innumerables montones de arena cuyos granos, entre los que me encuentro yo, fantasean al   capricho  de la brisa.



No hay reloj en la eternidad,  pero si lo hubiera,  el tiempo se  detendría en mi playa, al mirar el Niño Dios la arena...



Contengo el aliento cuando    el  Niño Dios    hunde   sus  manos   en ella  sabiendo que me acaricia, feliz, mientras permite que me deslice entre sus dedos.



Pero más feliz, muchísimo más, me siento yo.



El tiene infinitos universos con  ingentes  mundos de  enormes mares,  que bañan muchísimas  playas con innumerables montones de arena  para jugar..., pero yo  le doy sentido a  todo.



Sin mi, ya no sería igual,  ni mi montón de arena, ni mi playa, ni el mar, ni el mundo que forma parte de uno de los infinitos universos de la eternidad.

Al Niño Dios le faltaría algo y estaría triste, y con Él su Padre y mi adorada Madre.



            Soy un microscópicamente  valioso, compañero de destino de un  puñado entero, de la arena del Universo que me ha tocado vivir.

Para tener el honor de ser  brillante corpúsculo de arena de esa celestial playa, he vivido mil vidas, con mil pruebas en cada una, que me han hecho digno de brillar como uno más, en esta  ensenada.



Por eso estoy   aquí.  Es mi oportunidad de que, si con audaz paciencia  espero a que el Niño Dios elija mi universo, mi mundo, mi mar, mi playa...,  después, con un poco de suerte,  juegue con mi montón de arena.



Si no es así, tendré que esperar con paz y ciencia varias eternidades más, a que el Niño Dios, vuelva a mi Universo, a mi mundo, a mi mar y a mi tranquila cala..., para verme, escucharme,  observarme... y  jugar conmigo.



Entonces conoceré la felicidad.



                                                           Altamira, 1  de agosto de 2011



                                                                       Luis Abad